
Esperaba que pasaran pocas cosas ya que apenas estaríamos unas horas, pero fueron muy intensas en materia sentimental.
Era la primera vez que volvía a mi ciudad y ya no me encontraba con mi abuela, que nos dejó hace unos meses. Ir a visitarla al cementerio por primera vez evidentemente no es lo mismo, pero no se si fue que el destino quiso que le pusiera las primeras flores (inauguramos la jardinera) o una extraña sensación de que ella se encontraba bien, seguramente junto a mi abuelo, hizo que no me doliera tanto como pensé que dolería.
La tarde del casamiento por iglesia por fin vimos el sol, y mi tía me llevó a recorrer algunos lugares que yo frecuentaba de chico y fuimos al parque donde jugaba tardes enteras al fútbol con mi amigo Oscar, otro que se fue antes de tiempo y no pude despedir como hubiese querido.
De ahí no se como llegamos a la pileta del club Luz y Fuerza, donde iba todas las tardes de verano con mi hermano, llevados como siempre por mi abuelo y mi abuela, quién iba tan solo a cuidarnos. Recorrí la cancha de bochas donde yo jugaba con los amigos de mi abuelo, el salón donde estaba el metegol y la cancha de ping pong, la cancha de paddle ya abandonada y por supuesto la pileta y los vestuarios. Hacía casi 15 años que no iba, y toco también algunas fibras sensitivas de esas que creía que no me quedaban.
Para cerrar el viaje emocional, mi hermano preparó un video para la fiesta del casamiento en el que salían muchas fotos de cuando era muy chico, mis viejos eran jóvenes, mi tía nos llenaba de sorpresas y cosas ricas y con mis abuelos llenos de amor… al final aflojaron las lagrimas que pude desparramar para que tan solo parecieran ojos brillosos.
Este viaje fue sin dudas uno de los mejores. A veces el vértigo con el que se vive en la ciudad no te permite mirar para atrás y recordar otros momentos que fueron importantes, y que al final son los que te forman como persona.
Quisiera poder tener estos viajes en el tiempo mucho mas seguido, pero no tengo tiempo.
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