domingo, 6 de mayo de 2007

EL SELLO

Ya lo habíamos hecho una vez. No nos gustan las fiestas y nos ponen en compromiso cada vez que nos invitan. La otra vez yo quería ir y ella no, pero esta vez era al revés. Ella quería conocer a mis compañeros de trabajo y yo no quería gastarme $130 en tarjetas, ropa y taxis en una casamiento de una compañera que no conozco demasiado.
No fuimos a la iglesia y llegamos al salón un poco tarde, pero minutos antes del civil. La presenté a mis compañeros y compañeras, saludamos a los novios, nos sentamos en una mesa y comimos. Recepción con canapés, entrada de jamón y queso y pionono salado y dos platos de pollo con papas doré. Nos sacamos la foto con los novios en la mesa, comimos el helando y comenzamos con el plan para repetir lo del casamiento anterior.
Antes del Vals, el cual odio con todo mi corazón, salimos a estirar las piernas. Nos sentamos detrás del salón y charlamos. Estaba por llover cuando desde adentro se comenzó a escuchar el vals y las sombras de las parejas en las cortinas se balanceaban para un lado y para el otro como pares de bondiolas colgadas al viento.
Con las primeras gotas emprendimos el camino hacia la salida del predio aprovechando que todos bailaban o miraban bailar.
Abrimos el portón para tomar la calle principal y cuando el reloj marcaba las 2 de la mañana huimos como príncipes fugitivos a paso gimnástico saltando por los andenes de las vías.
Tomamos un taxi hasta el centro, nos sentamos en un bar y nos tomamos unas cervezas.
Recién ahí nos sentimos felices. Era 5 de mayo y cumplimos 6 años y 4 meses de pareja.
Salimos e intentamos caminar unas cuadras para tomar un taxi, pero solo logramos avanzar unos metros ya que el alcohol impedía nuestro normal desplazamiento por las veredas céntricas de Córdoba.
Hicimos un pacto etílico. De las fiestas que no podamos evitar huiremos en el menor descuido del los anfitriones e invitados y ese será nuestro sello. Así seremos felices. Juntos pero solos.

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